miércoles, 6 de junio de 2012

Hay que hacer crecer en uno una fuerza interna. Esa es la fuerza que mueve montañas.





El mundo que viene ya no tendrá que ver con lo anterior, pero servirá esa experiencia. Y aquí estamos nosotros. Apuntando al futuro. Yo digo: la mejor conversación que podemos hacer es la que se refiere a qué hacemos con nosotros mismos y en relación a la sociedad. Pero básicamente qué hacemos con nosotros mismos. Cómo logramos esa fuerza interna. Cómo logramos coherencia y cómo logramos dirección.

Podemos vociferar todo el día, a favor o en contra de un gobierno, a favor o en contra de un sistema. Nada podemos hacer si en nosotros no se despierta una fuerza que ya no está en la gente. Es como si la gente hubiera sido vampirizada. Hay que hacer crecer en uno una fuerza interna. Esa es la fuerza que mueve montañas. Ese es el punto que hay que conversar en el momento actual. ¿Qué es esta fuerza?, ¿cómo crece esta fuerza en las personas? ¿Es una fuerza de la cabeza, es una fuerza espiritual, es una fuerza que queda en uno, es una fuerza que se comunica entre la gente?

Estamos tan solos como individuos, que nos sentimos nacer, envejecer, morir. Morimos. ¿Qué significado tiene nuestra vida? Hay una fuerza que nos conecta entre sí, entre nosotros. Hay una fuerza que tiene una dirección; hay una fuerza que nos muestra que somos más grandes de lo que creemos. Nos sentimos aplastados por el sistema, nos sentimos aplastados por lo cotidiano, por las necesidades. Y al final nos miramos al espejo y decimos: claro, somos unos infelices.


No somos unos infelices. No somos hormigas. No somos un número estadístico. Somos un ser extraño, un ser que se levantó un día en dos patas aspirando al cielo. Y que no ha terminado su destino.

¡Desde aquellos primeros abuelos nuestros, se ha aspirado a mirar hacia adelante y hacia arriba! Y ahora nos dicen que somos un número... No somos un número, no somos un factor económico, no somos un mecanismo en el engranaje del sistema. Somos mucho más de lo que vemos. Aquí estamos...¿cómo estás? Pero somos más de lo que vemos. Cuando yo te veo, bueno, te conozco, hay algo en nuestra biografía que nos incluye, algo tuyo está en mí, en mis recuerdos. Eres parte mía. Y a la inversa. Pero hay algo más en ti, no eres sólo mi biografía. Eres algo que va más allá. A lo mejor no sientes cómo vas más allá. Pero no está muy mal, tampoco, que algún día lo pienses. Puedes que no seas simplemente ésto que veo. Puede que haya en ti una fuerza profunda. ¿Tendrá dirección o no?, ese es el problema. Puede ser que haya en ti algo muy grande. Todo lo contrario de lo que dicen por ahí de lo que eres tú como individuo.

Yo creo que en todos nosotros hay algo muy grande. Pero parece que para quedar bien tenemos que decir que somos insignificantes. No somos insignificantes.

En todo pobrecito que está en las peores condiciones, que no sabe leer ni escribir, que está sumergido en la pobreza, que está desterrado de la sociedad; en todo pobrecito que encuentren en la calle, hay algo muy grande. Y cuando ese pobrecito sufre es algo muy grande que clama al cielo.

LOS PRINCIPIOS DE LA ACCION VALIDA




Distinta es la actitud frente a la vida y a las cosas cuando la revelación interna hiere como el rayo.
Siguiendo los pasos lentamente, meditando lo dicho y lo por decir aún, puedes convertir el sin-sentido en sentido. No es indiferente lo que hagas con tu vida. Tu vida, sometida a leyes, está expuesta ante posibilidades a escoger. Yo no te hablo de libertad. Te hablo de liberación, de movimiento, de proceso. No te hablo de libertad como algo quieto, sino de liberarse paso a paso como se va liberando del necesario camino recorrido el que se acerca a su ciudad. Entonces, “lo que se debe hacer” no depende de una moral lejana, incomprensible y convencional, sino de leyes: leyes de vida, de luz, de evolución.
He aquí los llamados “Principios” que pueden ayudar en la búsqueda de la unidad interior.

SOBRE LA BONDAD Y EL ALMA



Y sobre la bondad, ¿qué podría decirte de la bondad? Que se experimenta como una reconciliación con uno mismo aunque se refiere a los otros. Así como se experimenta el odio, lo opuesto a la reconciliacion, a la bondad. El odio te lleva a una tensión tal que exige una catarsis, una tensión inaguantable, en donde no soportas al otro, donde quieres hacer desaparecer al otro. En la bondad se amplía el otro y en él te reconoces y eso te reconcilia. Y ese es un registro unitivo. El otro caso es un registro de disolución, de desintegración. Y cuando eso pasa, lo recuerdas como algo desintegrador, como algo malo que te pasó. Y cuando sucede lo otro, cuando recuerdas un acto de bondad que has producido, lo traes a la memoria y te sirve hoy. Eso es lo que tú necesitas recordar, lo bueno que has hecho, y eso es lo que te invita a hacer esas buenas cosas en el futuro. Si hubiera alma, esa alma trabajaria con fuerzas, con fuerzas que van produciendo una cierta unidad o fuerzas que se contraponen que se oponen entre si. Para que habría de continuar esa alma, para sentir siempre ese sufrimiento, esa oposición? Mejor que desaparezca! (risas). Si esa alma existiera quisiéramos que esa alma fuera unitiva, que tuviera un centro hacia lo cual todo converge y todo se armoniza en ese centro. Quisiéramos que eso sí fuera creciendo. Aspiraríamos a una alma en crecimiento y no a una alma estática fija como una fotografía, viviendo en una determinada habitación, dentro de un salón. Sería un alma que se amplía.
En el medioevo hablaron del alma del mundo. Un alma más allá de lo individual de lo personal, pero que permitía que las cosas funcionaran. En los animales y en la personas, en esa época se creía que existía un alma en las personas y en los animales. Era lo que anima-ba a los anima-les. Era ese principio que le daba movimiento. Y de esa alma entendieron que en algún momento se producía un nuevo principio que ya no era simplemente el alma. Se parecía más a un soplo, a un espíritu, algo que se sentía adentro en el corazón en los pulmones, era algo como respiratorio un pneuma como los neumáticos (risas) que tienen aire adentro. Así se sentía en esa época el espíritu, como un principio distinto al alma y ese espíritu no estaba existiendo siempre, se creaba, se iba generando por lo que hacías, porque tú estabas en este mundo con tu cuerpo y hacías cosas con tu cuerpo, no solo subsistías, no solo comías cosas, cumplías con tus necesidades sino que tenías aspiraciones, tenías tendencias al futuro a ver qué tipo de cosas ibas a lograr y lo hacías con personas en un mundo de personas. Te relacionabas con las personas en un modo unitivo o de un modo contradictorio. Y cuando te relacionabas con las personas contradictoriamente también creabas contradicción en ti mismo, entonces no podías volar hacia el espíritu, no podías construirlo, te faltaba unidad. Y para obtener esta unidad necesitabas de actos de bondad. Esto creían los antiguos.
(Silo, Bomarzo, 03.09.05)

SIN CENTRO DE GRAVEDAD SE DEPENDE DE LOS DEMAS



Esto nos lleva a ver el concepto de la existencia “en sí” y la existencia “para otros”. Hay quienes, al no disponer de centro de gravedad siempre están dependiendo de los demás, de los valores externos, resultando huecos por dentro, llevados por el oleaje externo permanentemente siendo arrastrados como hojas por el viento y moviéndose con una mirada externa donde todo se ve plano, movidos por hilos externos y sin profundidad.


Con la mirada interna todo se dimensiona.


Es importante comprender los mecanismos de la fascinación que producen la pérdida del centro de gravedad.


Uno puede fascinarse por poca cosa, por una hormiga, una piedra, y mucho más por las personas, equivocándose y produciendo sufrimiento.


Así llegamos a ver que el problema es que el ser humano sufre por pequeñeces, no por grandes acciones y se frena todo. Además, al no poder sustentarse ese sufrimiento por nimiedades, mecánicamente se inventan “grandes problemas”, “enormes sacrificios”, “traumas dramáticos”, “tremendos inconvenientes”, etc. Todo inconsistente. No es poca cosa el poder superar las fascinaciones y ver claro. Este sufrimiento por pequeñeces confunde mucho a la gente a la hora de hacer lo que realmente quiere y realmente se frustra.

REFLEXION SOBRE UNO MISMO



Será útil entender con claridad que el "yo psicológico", el personaje que uno representa en el mundo, surge por una necesidad de darse a sí mismo una significación.

Por cierto es esta una tarea interesantísima pero que se degrada cuando se opta por el intento de adoptar una periferia, un "personaje" (forma sin contenido), una mascara de un hueco. 

Todo personaje esconde un conflicto. Un conflicto entre lo que muestra y lo que es; este conflicto deriva en "identidades" paralelas: una para sí y otra para los demás. 

Así surgen por ejemplo "el fanfarrón" con enorme inestabilidad interna, "el tigre... de papel", "el vivo autocompasivo"; es decir, el "yo psicológico", este disfraz, oculta (a medias) la frágil interioridad del individuo. 

La "personalidad" se forma en la vida de relación con esa disyuntiva de encerrarse o afuerarse. 

Ya que el Sistema puede formar a su gusto personalidades de pueblos enteros, así se infiltra dentro de la gente decidiendo que debe pensar, como debe sentir y donde debe actuar; diciéndole con las modas de moda que hay que ponerse, como disfrazarse, que representar a los demás, que prestigios perseguir; y también impone cual contradicción interna es la mejor para la época, una vez será la tuberculosis romántica, otras veces la sicosis, o los complejos de esto y aquello. 

La cultura en vez de dar respuestas y apoyos para la conciencia, da crisis de dudas insolubles y de conocimientos huecos. La educación individual se convierte en un simple lavaje cerebral de mediocres contenidos y de valores no pensados. 

Los temas tabú y los fetiches mentales desfilan por todas las aulas y en todas las infancias. El Sistema no hace otra cosa más que formar una falsa personalidad a su imagen y semejanza. 

Esto de poner al Sistema de por medio no es aleatorio, sino el asunto de fondo, ya que por ejemplo las historias de ermitaños y anacoretas, de esquizofrénicos y marginales, no son del todo realistas; ellas son en un momento expresiones de problemas sociales, que quizás se justifican como gesto de rechazo al mundo imbecilizante.

Esas imágenes de aislamiento o todas las actitudes de los tirabombas que con una explosión quieren cambiar el mundo, son surgidas -ambas- de la desesperación inestable de la misma opresión que quiere transformar. 

Para no extendernos mucho más, convendrá no olvidar al hacer una reflexión sobre uno mismo, un trabajo personal, que tanto la sociedad como la cultura en general forman parte estructural y condicionan poderosamente, ya sea a través de la familia, de los colegios, de la patria o en la calle.

El Estado -socioeconómico, moral, religioso, cultural y social- forma personalidades que poco tienen que ver con lo humano de mujeres y hombre.

Así que es de importancia una tarea esclarecedora a fin de discernir entre lo profundo y lo periférico, entre lo que direcciona y lo que desvía.

Los trabajos de reflexión sobre uno mismo pueden empezarse con prácticas metódicas o con la simple observación de las manifestaciones comunes, cotidianas, como son la habitual charla mecánica en donde se refleja el individuo en sus proyecciones, en sus carencias, en lo que trata de encubrir o de destacar, etc. 

Cuando se trata del Sistema, también se devela en lo que escribe en sus periódicos, en los discursos de sus héroes, en lo que oficializa y en lo que prohíbe, en los valores que propaga y en los que persigue. 

Ya sea por la observación del propio comportamiento habitual o en la investigación metódica, interesa descubrir la telaraña que rige la periferia a fin de evitar que una sociedad en fuga y un sistema opresor y deshumanizante destruyan toda posibilidad futura ahogando el espíritu.

Tanto individualmente como a nivel de especie. Esto exige de especialistas dedicados que efectivamente produzcan comprensiones profundas y ayuden hacia nuevos caminos. 

Finalmente nuestros trabajos internos son un gesto de autocrítica y autopreparación para actuar eficazmente en el mundo de los hombres, ya que hacer algo lejos de ellos es en rigor prepararse para nada y fugarse desde siempre.