Uno puede fascinarse por poca cosa, por una hormiga, una piedra, y mucho más por las personas, equivocándose y produciendo sufrimiento.
Así llegamos a ver que el problema es que el ser humano sufre por pequeñeces, no por grandes acciones y se frena todo. Además, al no poder sustentarse ese sufrimiento por nimiedades, mecánicamente se inventan “grandes problemas”, “enormes sacrificios”, “traumas dramáticos”, “tremendos inconvenientes”, etc. Todo inconsistente. No es poca cosa el poder superar las fascinaciones y ver claro. Este sufrimiento por pequeñeces confunde mucho a la gente a la hora de hacer lo que realmente quiere y realmente se frustra.
Uno ha de aclararse respecto de lo que realmente quiere y hacerlo coherentemente, sólo hay una condición, no perjudicar a nadie. Por eso distinguimos entre un sufrimiento padecido por las contradicciones internas y aquel provocado por quienes siguen los valores del sistema y quieren hacer sus caprichos a toda costa, sin tener en cuenta a los demás, sufriendo y haciendo sufrir por eso. A escala social los trepadores del sistema hacen eso: sufren y hacen sufrir a todos con sus “tropismos”.
Una de las pequeñeces frecuentes son los temores infundados, siendo el temor a la muerte el mayor de ellos, junto con el temor a la enfermedad y a la vejez. Sucede que, de todos modos se envejece y se muere, para qué desaprovechar el corto período vital con fantasmas, si por el contrario se debiese aprovechar al máximo. Es curioso cómo los temores oscurecen y alteran con ilusiones algo que no pasa en realidad.
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